domingo, 10 de febrero de 2008

IMAGINACIÓN Y MEMORIA

"¿Había estado ciego y sordo, o había sido necesaria la severa luz del desastre para encontrar mi verdadera naturaleza?", Jean-Dominique Bauby

¿Qué se puede hacer cuando estás en la plenitud de tu vida, eres exitoso profesionalmente, codiciado por las mujeres, tienes unos hijos que te adoran y amigos que te admiran, pero un inesperado accidente cerebrovascular te trunca un futuro esplendoroso dejándote tetrapléjico, prácticamente sin capacidad de comunicarte? Las opciones son tres, incluso, sin ser excluyentes, pueden evolucionar en el mismo orden cronológicamente: la primera, la más común, es querer morirte y despotricar por haber quedado vivo. La segunda es asumir tu nuevo estado y dejar que los días pasen cada vez más lentos hasta que tu vida se apague definitivamente. Y la última, la más difícil, es utilizar las dos cosas que el destino no te arrebató: la imaginación y la memoria, y transformarlas en las herramientas de liberación que te permitan despojarte de las ataduras corporales.
Esta última opción fue la escogida por el periodista francés Jean-Dominique Bauby.
Redactor jefe de la revista Elle, Bauby estaba en 1995, a los 43 años de edad, en la cima. Había publicado un libro y tenía en proyecto otro, una moderna adaptación de “El conde de monte cristo”, en la que mantendría el móvil de venganza del clásico de Dumas pero esta vez desde una visión femenina. Sin embargo, la vida le trastocó sus planes. Tras el accidente le habían diagnosticado el “síndrome de cautiverio”. Estaba postrado, inmovilizado de pies a cabeza, inserto en una escafandra, pero con su mente tan lúcida como siempre y con un ojo izquierdo que le permitía expresar todas sus vivencias, capaz de echarse a volar como una mariposa.
De esta manera, un tedioso sistema le llevo al único modo de comunicación posible, el parpadeo, con el que hilvanaba letra por letra cada uno de sus pensamientos. Así empezó a dialogar con su ex esposa, sus hijos, sus terapeutas, sus amigos; a escribir cartas y a dictar lo que llamaría “diario de un viaje inmóvil”, texto en el que Bauby contaba sus recuerdos, sus sueños, sus sentimientos. En síntesis, a utilizar la imaginación y la memoria. Un libro extraño que posteriormente se llamaría “La escafandra y la mariposa”, una metáfora de lo que le acontecía y que se transformó en un fenómeno literario en su país.
Pasó más de una década y el libro fue llevado a la pantalla grande de la mano del director Julian Schnabel, el que ya había conmovido con “Antes que anochezca”. Así, fui hace algunos días al cine con ganas de ver una historia que emociona pero que podía convertirse en una nueva víctima de las adaptaciones cinematográficas. Los numerosos premios que ha recibido la cinta (mejor película y mejor director en los Globos de Oro y mejor director en Cannes) y las 4 nominaciones a los próximos Oscar (mejor director, guión adaptado, fotografía y montaje), podían indicar algo, pero no para fiarse.
Lo de Schnabel era peligroso. En primer lugar, porque la historia lo podía hacer caer en tópicos de la peor de las sensiblerías, en el melodrama barato de un hombre que lucha por sobreponerse a las adversidades. En segundo lugar, porque había que encontrar a un actor de peso para interpretar convincentemente a un Bauby paralizado pero en ocasiones lleno de vida. Tercero, si bien no he leído el libro, sé que tiene sólo 150 paginas en letra grande, por lo que había que ir un paso más allá para filmar una película de dos horas. Y por último, porque la intención de mostrar la visión de un ojo podía tornarse extremadamente tediosa para el espectador. Un experimento arriesgado.
Sin embargo, bajo la premisa de los riesgos necesarios, el director francés consigue cada uno de sus propósitos. No sólo logra realizar una película llena de emoción, que no provoca lástima y que al hacer una comparación (imposible no hacerla) con “Mar adentro”, la cinta de Aménabar, siendo ésta una buena película, queda muy mal parada, pareciendo casi infantil.
En cuanto al protagonista, la elección no pudo ser más acertada, pese a que la primera opción era Johnny Deep. Mathieu Amalric es creíble en todo momento, logrando que simpatices con su sutil humor o que te estremezcas con su sufrimiento.
Finalmente, la inusual manera de narrar la historia, a través de un ojo, impresiona. La cámara siempre en cine debiese comunicar, pero esta vez radicalmente se transforma en una extensión del cuerpo humano, llevando a la plenitud la teoría de McLuhan.
Creo que costará que el espectador que apreció esta película se vuelva a encontrar por un tiempo con una experiencia similar. 117 minutos que te llenan de vida y que te persuaden de que la libertad está lejos de ser algo físico. El acierto de Schnabel es hacer suya la libertad mental de Bauby y ser capaz de traspasarla al público de forma realista, sin maquillajes.
El arte, muchas veces atrapado en cadenas que le impiden expandirse y crear, debiese aprender de esta película (o de Bauby) y ver cómo se puede volar y llevar la imaginación a lugares lejanos. La vida en muchas ocasiones está atrapada en una escafandra y de nosotros depende hacerla una mariposa.