lunes, 10 de diciembre de 2007

CUANDO EL EXISTENCIALISMO SE HIZO MÚSICA...



¿Cómo un grupo de rock puede seguir innovando y sorprendiendo cuando parece que ya se ha escuchado todo? ¿Cómo puede una banda metamorfosearse con cada nuevo disco sin prostituirse, dejando atónitos a críticos y extasiados a fans? ¿Cómo se hace para darle un zarpazo a las industrias discográficas y seguir siendo idolatrados por éstas? Y por último, ¿cómo se hace para elaborar letras profundas que se acercan a lo que es el alma del hombre contemporáneo en medio del gélido mundo del pop?
Sin duda, si hay algún grupo que puede tener respuestas a estas interrogantes es Radiohead, la banda que si todo sale como espero, tendré la posibilidad de ver por primera vez en vivo el 12 de junio del próximo año cuando se presenten en el marco del Festival Daydream de Barcelona. Un sueño.
Como esos grandes actores que pueden salir a escena e interpretar los más diversos papeles sintiéndose como peces en el agua, Radiohead posee una versatilidad natural que se ve reflejada en los cambios que van introduciendo en cada disco. "Pablo Honey" no se parece a "The bends" y "Amnisiac" no es similar al increíble "OK Computer", por nombrar algunos de sus discos. En cada uno de éstos se denota un marcado interés por ser vanguardistas, por ir un paso más allá que el resto. Y lo que es mejor: siempre salen bien parados de este difícil desafío.
Lo de "OK Computer" raya lo soberbio, siendo uno de esos discos imprescindibles, que debe de estar entre los 10 mejores de la historia del rock. El disco estandarte de la "Generación X", la que describe Douglas Coupland en su novela del mismo nombre, y que se caracteriza por ir frente a la vida como no esperando ni creyendo en nada. El disco del hombre alienado, del consumismo, de la soledad, de las nuevas tecnologías…
En el mundo de Radiohead no sólo se puede mezclar éxito comercial con evolución artística, sino que también hay espacio para un marcado interés por temas sociales y una cada vez más extensa gama de imitadores. Hacía mucho que una banda no reunía todo esto, dicen los expertos. Eso ya comienza a hacerlos únicos. Algo que se confirmó con el lanzamiento mundial hace algunos meses de su disco "In Rainbows", el cual por primera vez ofrecía a sus fans la posibilidad de descargarlo por Internet pagando el precio que quisieran, incluso gratis. Más allá de los debates si la propuesta fue exitosa o no - hay quienes dicen que cerca de un 60 % bajó el disco sin pagar nada -, el atrevimiento de la novedosa iniciativa ya ha hecho que muchos músicos piensen en un camino similar que sirva para propagarse y combatir a la piratería.
Radiohead se ha transformado en objeto de culto. No sólo por su innegable calidad musical, sino también por ser símbolos de un desencanto tan propio de la generación de los 90. El cerebro de este existencialismo no es otro que Tom Yorke, un verdadero poeta de la música que hace himnos para la gente que pierde en la vida y que los interpreta con esa voz dulce y desgarrada que pareciera brotar desde un oscuro y silencioso bosque. En síntesis, Yorke hace música para casi todos, porque los triunfadores, como se sabe, son muy pocos, y como escribió Scott Fitzgerald y popularizó Sabina, nada mejor que hablar desde la autoridad otorgada por el fracaso.
Este ser despreciativo y ensimismado que es Yorke, que intenta buscar en la música ese placentero estado donde pueda dejar atrás todas sus angustias, sus ansias, creó "Creep", la canción que fue censurada por la BBC 1 por “depresiva” y que mejor refleja quizás los miedos que han atravesado muchos, al narrar la historia de un hombre borracho que trata de atraer a una chica pero que sólo lo consigue cuando pierde la confianza en sí mismo. Como tenía que ser, el tema fue un hit, que llevó a la banda a dejar de tocarlo por años, tal como hizo Nirvana con "Smell like teens spirit", para no ser encasillados. No podría haber salido de otra mente que de la de Tom Yorke una canción así o un disco como "Ok Computer". Sólo pudieron ser creaciones suyas, de una persona que vivió durante años una lucha desgastadora y atormentante por mejorar ese ojo paralizado con el que nació y que lo fue haciendo un solitario con una personalidad inadaptada, sensible y sumamente perspicaz, la cual lo ha alejado con creces de la imagen tópica del rock star, que se traduce en una vida tranquila junto a su mujer de toda la vida y sus hijos.
Y el resto de la banda maneja los mismos códigos. Como muy bien los describió en un artículo el periodista Enrique Martínez “son la típica pandilla de autistas que los fines de semana lía un porro tras otro, mientras se emborracha sentado, no baila ni aunque le disparen a los pies, y se dedica a arreglar el mundo discutiendo (o más bien dándose la razón) interminablemente, mientras que, cuando ya están completamente ciegos, hablan de lo que de verdad les hierve la sangre: su última adquisición discográfica, o la última película francesa o vietnamita que han visto”.
Para alguien que se crió escuchando el mito de que Radiohead iría alguna vez a Sudamérica, un rumor que se transformó para muchos en una broma de mal gusto, poder oír en vivo en un festival en Barcelona a la mejor banda del mundo desde hace muchos años será un placer… un placer de esos esperados, de los que se disfrutan más. Por eso les digo a Yorke y compañía, desde este humilde espacio, que cuenten conmigo ese 12 de junio, donde el existencialismo una vez más se hará música.

CENIZAS EN EL INFIERNO


Hace exactamente un año, una tarde de domingo en el que el sol golpeaba fuerte sobre Santiago, murió Pinochet. Justo un 10 de diciembre, en el que por esas absurdas paradojas con que suele golpearnos el destino, dejó de existir mientras se conmemoraba en el mundo el Día Internacional de los Derechos Humanos.
La noticia me tomó por sorpresa. Sus dos semanas internado en el Hospital Militar, ante el cuidado exclusivo de médicos que informaban sobre la gravedad de un dictador que podía resistir múltiples infartos, hacían creer que se trataba de uno de los tantos trucos apelados por su defensa para eludirlo una vez más de la inoperante Justicia chilena. Sorpresa además porque a una generación entera de chilenos nos hizo creer que era inmortal, sobre todo cuando se nos venía a la memoria la tétrica imagen de él y su Junta de Gobierno tras el Golpe, donde Pinochet posaba sentado, con los brazos cruzados, anteojos oscuros y gestos falsos.
Y se fue. Sin pedir nunca perdón, no sólo por las siempre frías cifras que le tendrían que haber atormentado, las que indicaban que fue el responsable de 3.200 muertos, 1.200 detenidos desaparecidos, 28.000 torturados y 300.000 exiliados; sino también por haber dejado en penumbras un país por largos 17 años. Se venía una semana convulsa.
Honores militares nunca vistos; pinochetistas por doquier saliendo de un avergonzado ostracismo; el discurso de su nieto, activo militar del Ejército, enarbolando banderas anti marxistas en pleno velatorio; el simbólico y valiente escupitajo al cristal de su ataúd de otro nieto, el de Carlos Prat, ante la atónita mirada de muchos; la ira gratuita de energúmenos con la prensa; la celebración en la Plaza Italia y en muchos lugares del mundo, y el análisis masivo, confirmaban, entre otras cosas, que su figura estaba de lejos de ser olvidada.
El recuerdo volvió intempestivamente, evocándonos el traicionero y violento mazazo que le dio a la historia un hombre opaco que nunca pensó en tener el poder que tuvo. “Esa hiena que mandó a fusilar gente desde el mismo sillón donde eyectaron a Allende”, como describe Alan Pauls en su novela “Historia del Llanto” a ese ser llamado Augusto José Ramón.
Pero lo importante era que ya no estaba. Que se había convertido en cenizas por temor a represalias más que por convicción. Que se había ido para siempre dejando millones de dolores y a su familia una cantidad similar, pero de dólares del Estado en sus bolsillos.
Se había ido quien creyó ser hasta sus últimos minutos un elegido divino que amenazaba desafiante desde un pedestal manchado con sangre “mirarlos a todos desde arriba porque Dios me puso ahí”, y que tenía por objetivo asesinar marxistas porque éstos seguían “matando a Dios”, como dijo en ocasiones.
Se fue con su mentiroso delirio. El mismo inmortalizado en el “no me acuerdo, pero no es cierto. Y si es cierto, no me acuerdo”, cuando respondió si él como Presidente tenía responsabilidad por las muertes perpetradas por su DINA. Paradojas nuevamente: se convirtió en un impostor de locura una persona que sin duda nunca debió de estar en sus cabales.
¿Y qué nos dejó? A Chile, una extraña mezcla de dolor y agradecimiento presente siempre en un país aún fracturado – como lo demostró bien su muerte – y la llegada de un exitoso pacto político que trajo una transición con rasgos de españolidad y un crecimiento nunca visto pero que mantuvo la desigualdad heredada del modelo económico pinochetista. Y a mí, en lo personal, una conciencia política que data del plebiscito de 1988, donde Chile despertó, y que se tradujo en la convicción de la importancia que tienen el respeto y la tolerancia. La vida ajena.
Desgraciadamente, como bien dijo Marco Antonio, su hijo menor, en una entrevista publicada ayer, no lo podremos borrar de la historia “por los cambios que realizó”. Eso es indudable. Porque Pinochet trastocó con su belicosidad la vida de muchos. Sin embargo, la perspectiva de doce meses muestra que el juicio de la historia ya comienza a condenarlo, demostrado en que casi la unanimidad mundial lo ve como el cruento dictador que fue. Además, su círculo alega irrisoriamente la persecución política tan característica de su gobierno. Esos son consuelos. Otro podría ser que tal como dijo Benedetti tras enterarse de su muerte, que Pinochet “no era eterno e invencible, como te lo hizo creer el imperio” y que se marchó “hacia el olvido, hacia las profundidades del infierno”, ante la mirada avergonzada traducida en indiferencia electoralista de muchos de quienes lo ayudaron o apoyaron.
Ahora ya Pinochet es ceniza, como espero que lo sean algún día las convicciones de sus partidarios quienes siguen defendiendo lo indefendible, amparándose todavía en ridículos afanes libertarios anti comunistas y en un agradecimiento obsecuente que podía trazar lo más intransable, como es la libertad. Espero que esas protegidas cenizas no hagan surgir nunca el infundado e injusto odio que poseía el cremado hacia quienes no vieran el mundo como él. La misma injusticia que, tal como se preguntaba en su título el periódico argentino Página 12 tras su muerte, habrá tenido el infierno para merecer esto.

lunes, 3 de diciembre de 2007

EL ARTE DE LO TÉTRICO


Perturbadora e inquietante. Retorcida y cruda. Sobran los calificativos para describir la obra de la artista neoyorquina Laurie Lipton, una mujer que ha llevado con sus dibujos a la imaginación a niveles insospechados, a un lugar lejano donde ésta puede convivir placenteramente con el miedo, las culpas, el dolor, en síntesis, con el horror humano.
Debo confesar que no la conocía: la “descubrí” sólo hace algunas semanas, tras asistir a la exposición realizada en la Casa Encendida de Madrid, donde se montó una muestra titulada “El sueño de la razón”, la cual recogía una colección de 18 dibujos a lápiz inspirados en los Caprichos de Goya, una de sus principales influencias.
Y el ir fue un acierto. Sus dibujos, de un detallismo extremo que rayan en un perfeccionismo soberbio y donde los contrastes de las luces y sombras entregan una profundidad visual asombrosa, no pueden dejar indiferente a nadie. Sí, porque sobrecogen, evocando sensaciones de poder e injusticia que se pueden encontrar en cualquier lugar, incluso en el seno de las familias aparentemente más normales.
En los trabajos de "La reina apocalíptica del lápiz", como la han llamado, además de fluir una imaginación con una intensidad similar al que puede tener el cauce de un río torrentoso, se denota un afán de provocar pero que nada tiene que ver con el patetismo al que llegan algunos artistas por los deseos de reconocimiento inmediato. (No tengo ganas de entrar en la cada vez más superflua discusión sobre lo que es arte y lo que no).De esta manera, provocando, Lipton repite tópicos que ya son marca registrada en su obra, como la muerte, el apocalipsis, lo siniestro o la manipulación, pero principalmente, la ira y la locura, dos “cosas humanas”, según la artista, con las que “no sabía qué hacer”, hasta que comenzó a dibujar con una técnica que en la actualidad es única en el mundo, en la que destaca su negativa a utilizar colores.
Buscar razones a los motivos en ocasiones puede ser útil para analizar resultados. Veamos. Una infancia claustrofóbica en los suburbios de Nueva York y una atosigante normalidad familiar podrían decir mucho de sus obsesiones. En este contexto comienza a dibujar a los 4 años. Sin embargo, no es sino 2 años más tarde cuando ocurre un hecho que marcaría su forma de llevar el lápiz al papel: sufre abusos de manos de un enfermo escapado de un centro psiquiátrico. De ahí en adelante, cierra su círculo y se centra sólo en sus cada vez más personales obras.
Más de alguien que no la conozca se imaginará a Lipton con una personalidad, un vestir y un discurso ante la vida que esté acorde a sus desgarradores dibujos. Pero nada más alejado de la realidad. Si bien ella se siente una persona “anormal”, como lo dijo en una entrevista al periódico español El Mundo hace algún tiempo, la dibujante es sociable y posee una suavidad de gestos y una sonrisa amplia, que, como ha confesado, desilusiona en primera instancia a quienes la conocen, los que esperan encontrarse con una freacky de pies a cabeza. Sí, porque Lipton está muy lejana de personas como Ciorán, el filosofo de vida pesimista, o de Sábato, el escritor argentino que hizo de la tristeza, la melancolía y el abatimiento una forma de existir que traspasaba con creces las fronteras de su obra. Laurie, al contrario de estos dos monstruos, dibuja así precisamente porque expulsa toda esa ira y esa locura en sus cuadros, pudiendo seguir la vida con su generosa sonrisa.
Se ha repetido que Durero, Memling, Van Eyck, Goya y Diane Arbus, la fotógrafa de lo extraño, han sido sus principales influencias. No obstante, veo que también en los dibujos de Lipton hay mucho del mejor cine de Linch o de Hitchcock, la creatividad de Kafka o la peculiaridad de Marck Riden (otro artista que conocí hace muy poco y que ha cautivado a Robert de Niro, Stephen King o Marilyn Manson, por nombrar a algunos), quien mezcla también inocencia y crueldad con extrema naturalidad, como si fueran palabras indivisibles.
Laurie Lipton vive en la actualidad en Londres, donde prepara una exposición en la que mostrará los horrores de la Guerra de Irak y su tratamiento en los medios de comunicación. Y la espero, porque de su mano veo imposible que salga algo que no irradie sensibilidad, que no proyecte esa extraña y fascinante mezcla de lo tétrico, lo absurdo y lo humano, que la hacen ver el mundo, y el arte, con sus singulares ojos.